La obesidad es una enfermedad asociada a una condición física, que se caracteriza por el exceso de grasa corporal y conlleva importantes consecuencias no solo para la salud física, sino también para la psicológica.1 A medida que aumenta el índice de masa corporal (IMC) también aumenta el riesgo de presentar enfermedades cardiovasculares, trastornos metabólicos, problemas en músculos y huesos, enfermedades respiratorias crónicas y algunos tipos de cáncer.2
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la obesidad está por convertirse en la gran pandemia del siglo XXI. En este contexto, esta enfermedad casi se ha triplicado en todo el mundo desde 1975; ya en 2016, más de 1 900 millones de adultos de 18 o más años tenían sobrepeso, de los cuales, más de 650 millones padecían obesidad.1
En 2017, el sobrepeso infantil se incrementó en comparación con los años anteriores hasta alcanzar el 7.3 % de niños y niñas menores de cinco años (3.9 millones), superando el promedio global de 5.6 %. Por su parte, la obesidad en la población adulta también mantiene su tendencia al alza, afectando a más de una quinta parte de la población de América Latina y el Caribe.2
El desarrollo de la diabetes mellitus tipo 2 (DM2), la obesidad y otras enfermedades crónicas han tenido un aumento explosivo en las últimas décadas, debido a los cambios de los patrones alimentarios de la población mundial que ha privilegiado el consumo de alimentos ricos en grasas saturadas, azúcares y sal, así como al creciente sedentarismo. Esos factores a su vez son condicionados por determinantes que parten del entorno físico, político, económico y socio-cultural de cada persona.2
Como consecuencia de lo anterior, la DM2 y la obesidad son más frecuentes en comunidades con altos niveles de exclusión, incluso en países de altos ingresos y contextos poco saludables, en términos de escaso acceso a vegetales, frutas y otros alimentos frescos, poco desarrollo del transporte público e infraestructura urbana sin espacios adecuados para trasladarse a pie o en bicicleta, o practicar deportes.2
Evaluación, prevención y recuperación
La evaluación de la obesidad requiere la valoración de diferentes aspectos. Por una parte, los antropométricos, que proporcionan una estimación de la situación corporal y la inclusión del individuo dentro de una u otra de las siguientes categorías: infrapeso (debajo del promedio), normopeso (en el promedio), sobrepeso (arriba del promedio) u obesidad. Por otra parte, los hábitos alimentarios, de actividad física o sueño de quienes presentan esta enfermedad.1
Las estrategias más efectivas de prevención de la DM2 y de un abanico de otras enfermedades crónicas en individuos con alto riesgo son las intervenciones no farmacológicas. Su propósito es fomentar estilos de vida saludables a nivel individual y familiar, fundamentalmente a partir de la buena alimentación y el incremento de la actividad física, con el fin de obtener y mantener el peso ideal, así como una composición corporal saludable. Además, incluyen prevención y cesación del uso del tabaco, moderación de la ingesta de alcohol, un adecuado manejo del estrés e higiene del sueño.2
Las intervenciones farmacológicas y la cirugía deben reservarse únicamente para los casos más graves o resistentes; mientras que, plantear la modificación de hábitos y del estilo de vida debería establecerse siempre desde un enfoque psicoterapéutico, como elemento común en todos los casos y como tratamiento único en aquellos menos graves.1
La terapia psicológica, como opción para combatir el sobrepeso, debe lograr cambios en el comportamiento del individuo luchando contra un contexto hostil y contradictorio, que promueve y facilita conductas o ambientes obesogénicos.1
De forma que, subir de peso es más que la falta de balance entre el consumo y el gasto calórico; no es consecuencia solo de comer demasiado, sino resultado de modificaciones ambientales, donde esta es la respuesta fisiológica de gente normal a un ambiente anormal.3
Por ello, es necesario modificar el enfoque con que se maneja la obesidad, desde el diagnóstico y la notificación, hasta el manejo de las familias como microambiente que reproduce conductas que generan una espiral de enfermedades crónicas no transmisibles desde la infancia.3